El 24 de julio de 1970 el fiscal general de la Audiencia de Bilbao, Fernando Barrilero Turel, se desplazó a unos 60 km hasta Lekeito para tomar declaración a José Lucio Ordorica Ruiz de Asua. El fiscal había aprovechado la presencia “accidental” de Ordorica en la localidad vizcaína para abrir un expediente en la Causa General franquista, concluida prácticamente en 1956, 14 años antes. Entre la Isla de San Nicolás y la ría de Leia de la todavía villa pesquera, el antiguo capitán de la marina mercante de 74 años de edad y residente en ese momento en México relató a Barrilero Turel que “hacia Marzo de 1939 en los puertos de Nantes y El Havre, recibió orden de embarcar unas ciento sesenta maletas y cuatro cajas ignorando peso y contenido, sin conocimiento de embarque y sin manifiesto de carga, siendo entregada esta carga por un señor del que solo sabe que se llamaba Lozano que cree representaba al Ministerio de Hacienda de Madrid”, tal y como consta en la declaración incluida en una de las piezas de la Causa General y conservada en el Archivo Histórico Nacional.
Ordorica, que había sido requerido en su visita veraniega a España para aclarar los aspectos de ese viaje que se inició en El Havre, Francia el 15 de febrero de 1939, explicó entonces al fiscal que las 160 maletas habían sido embarcadas en el yate ‘Vita’, del que era capitán en ese momento, con destino al puerto de Veracruz Tampico, México. Ahora, hace apenas tres semanas, se avistaba el desvencijado súper yate Argossy, remolcado hasta allí según la información firmada por Sophie Spicknell en el Super Yatch Times del 15 de octubre; “El yate clásico Argossy de 71,5 metros ha sido visto esta semana siendo transportado por Harlingen, en los Países Bajos, mientras se dirige a las instalaciones de Feadship en Makkum. Anteriormente conocido como Rossy One y lanzado originalmente como Argosy en 1931, se encuentra en un estado de abandono tras años de trabajos de restauración intermitentes” .
La nota publicada en la página web dedicada a los yates de lujo continuaba trazando la historia de casi un siglo de la embarcación, desde su botadura en 1931 por el astillero Krupp Germania Werft, en Kiel, Alemania, para el millonario de la industria eléctrica Charles A. Stone de Nueva York, y su venta en 1934 a Sir Thomas Sopwith cuando fue rebautizado como Vita, hasta 2007 como Rossy One: “después de varios cambios de propietario y un período sirviendo como pequeño ferry entre Capri y Nápoles bajo el nombre Santa Maria Del Mare, pasó a llamarse Rossy One en 2007. Sin embargo los trabajos de restauración que habían comenzado en Nápoles bajo la dirección del diseñador italiano Luca Dini, se detuvieron y el proyecto fue abandonado”. Desde entonces, salvo algún que otro breve avistamiento en 2022, siempre a remolque, el yate parecía haber puesto punto final a su increíble singladura.
Fue precisamente en uno de esos cambios de propietario a los que sucintamente se refería la nota, acaecido en febrero de 1939, cuando el empresario vasco afincado en Islas Filipinas, Marino Gamboa lo puso a su nombre tras comprarlo con fondos del gobierno de la República para entrar de lleno en la Historia de España. El viejo Argossy de Makkum que parece que volverá de nuevo a la vida en el astillero de Feadship no es otro que el mismo Vita en el que el capitán vizcaíno José Luis Ordorica había embarcado en El Havre las 160 maletas y cajas por orden del gobierno de la República de Negrín para llevarlas a México.
¿Y qué contenían? Un heterogéneo tesoro que incluiría, según el inventario de Amaro del Rosal, perteneciente al consejo ejecutivo del Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles, “las joyas de la capilla del Palacio Real de Madrid pertenecientes al Tesoro Artístico Nacional, parte del tesoro de la catedral de Tortosa, ropajes y objetos religiosos incautados en la catedral de Toledo, incluido el «Manto de las cincuenta mil perlas de la Virgen del Sagrario» y las piezas del monetario del Museo Arqueológico Nacional, descritas en el único inventario que se conoce como “ejemplares únicos de incalculable valor histórico” y que no serían las únicas monedas con valor histórico transportadas, puesto que también se hace referencia a monedas de oro de gran valor numismático procedentes del Ministerio de Hacienda y la Casa de la Moneda de Madrid“, tal y como explican Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla en El Tesoro del Vita, aunque su composición exacta no se conozca con total seguridad ya que no se hizo un inventario a su llegada en México por las evidentes implicaciones.
En definitiva, un tesoro patrimonial de enorme importancia histórico-artística y de gran valor en el que estaría la parte de la colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional desaparecidas durante la guerra y que en marzo de 1939, cuando la República estaba a punto de perder la guerra, se embarcaría en El Havre, Francia, con destino a México para cambiarlo por dinero que pudiera pagar la estancia de los exiliados. Un cargamento al que habría que añadir los depósitos particulares de las cajas de seguridad del Banco de España y los objetos de valor, también de particulares, dejados en depósito en el Monte de Piedad de Madrid e incautados por el gobierno de la II República en noviembre de 1936 y que no discute nadie a diferencia de los tesoros artísticos que algunos historiadores ponen en duda.
El tesoro suscitó además a su llegada a México la disputa por su control entre el que fuera último presidente del Gobierno de la República Juan Negrín, que es quien había ordenado su traslado e Indalecio Prieto, sin contar con la del propio presidente de México, Lázaro Cárdenas que aceptó recibir el patrimonio artístico para su transformación monetaria no sin intentar sacar provecho de él. Una disputa por el tesoro del que acabaría disponiendo el exministro socialista Prieto, enfrentado en el exilio a Negrín.
El origen del expolio ocurrido durante la Guerra Civil y mucho menos conocido que el del célebre oro del Banco de España enajenado en Moscú, se encuentra en los comienzos de la Guerra Civil, entre septiembre y noviembre de 1936, cuando las tropas rebeldes del general Francisco Franco avanzaron hasta Madrid y la asediaron. Para entonces, el gobierno de la II República había creado ya dos organismos que resultarían claves en la incautación de este patrimonio de propiedad estatal: la Junta de Protección de Tesoros Artísticos y la Caja de Reparaciones de Guerra. La primera destinada con el objetivo teórico de salvaguardar el arte de la acción bélica y la segunda como medio de obtención de medios de financiación para la lucha contra el otro bando.
Así como en el caso de la colección pictórica del Museo del Prado la Junta de Protección de Tesoros “contribuyó indudablemente al salvamento de una parte esencial del Patrimonio Artístico español,” según explican Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla, “puesto que las principales obras del Museo del Prado emprendieron viaje desde Madrid hasta recalar en Ginebra, donde quedaron bajo la protección de la Sociedad de Naciones antes de su entrega al gobierno de Burgos“, existe otra parte de esa Junta “menos vistosa, más oscura, difícil de aquilatar en su justa medida (…) ¿Es lícito considerar la incautación de objetos de arte aunque sean propiedad particular de individuos o instituciones que, como en el caso de la Iglesia católica, daban apoyo a los sublevados y transformarlos en dinero? ¿Puede defenderse la misma idea cuando los bienes requisados forman parte de las colecciones estatales? Se preguntan los autores.
El caso de las monedas del Museo Arqueológico Nacional que acabarían en México es especialmente ilustrativo de un expolio de tesoros artísticos de propiedad estatal disfrazado de incautación para su supuesta protección, ya que todos los documentos y testimonios sobre las acciones llevadas a cabo durante la guerra indican “sin lugar a dudas que su requisa estaba destinada a poner todos los objetos de oro y metales preciosos existentes en el museo bajo el control de la Caja, no de la Junta como se ha creído y argumentado en algunas ocasiones”, tal y como concluyen Francisco Gracia Alonso y Gloria Munilla.
El caso de las monedas del MAN que acabarían en México es especialmente ilustrativo de un expolio de tesoros artísticos de propiedad estatal
Así, el 2 de noviembre de 1936 subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces, emitía la siguiente orden:
“En virtud de las circunstancias actuales es absolutamente necesario que todos los efectos de valor, oro, o plata y tesoros que forman las valiosas colecciones que se hallan en el Museo Arqueológico Nacional, sean colocados convenientemente en disposición de transporte y trasladados a este ministerio de dónde pasaran al lugar que se designe para su definitiva custodia” –Archivo de la Real Academia Española–.
Se trataba de poner en marcha el plan que el entonces ministro de Hacienda Juan Negrín había dispuesto en septiembre destinada a recoger «absolutamente todas las piezas de oro y plata» con destino al ministerio y, por lógica, a la Caja de Reparaciones. Es decir, que no había ninguna intención de proteger las monedas de la colección del MAN, sino simplemente la de proseguir el proceso de capitalización de la República, para el esfuerzo bélico, plan que se incrustaría en el de la disposición de las reservas de oro, plata y metales preciosos del Banco de España, conocido habitualmente como el ‘oro de Moscú’, con la salvedad de constituir en este caso además un conjunto de valor artístico e histórico.
Las monedas del MAN, junto con otros tesoros requisados, además de los objetos de valor de las cajas de seguridad del Banco de España retiradas también en noviembre de 1936 y las divisas y oro entregadas por particulares a la Caja de Reparación, acabarían en París después de que Negrín diera la orden, ante la inminente caída de Cataluña en diciembre de 1938 de sacar de España todos los bienes convertibles que aún se conservasen en los territorios aún controlados por la República. Previamente, se había constituido además en París un fondo de contingencia con lo que había en la Caja de Reparaciones para gestionar el exilio a nombre de particulares con la expresa intención de que no pudieran ser reclamados por el Gobierno de Burgos.
El destino final de todos esos bienes era México, según las negociaciones que había llevado a cabo Juan Negrín con Lázaro Cardenas, para lo cual se pensó en un modo de transporte que no fue otro que el yate ‘Vita’ comprado en Southampton a instancias de Negrín por el empresario Marino Gamboa, un emigrado vasco en Filipinas simpatizante del PNV. Según le contaría en 2019 su hija Tere Gamboa a Iñaki Anasagasti, ex portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados:
“El yate «Vita» se compró por orden del Gobierno de Euzkadi en colaboración con el Gobierno de la República. Estaba a nombre de mi padre y tenía bandera norteamericana. Me acuerdo cómo hicimos un viaje, toda la familia, hacia 1938 o 1939, antes de la guerra mundial. Llegamos hasta Holanda y Bélgica, teniendo que volver antes de lo previsto por la situación prebélica de Europa. Este barco tuvo mucha historia. En él se embarcó en El Havre 120 maletas que contenían objetos incautados por la Caja General de Reparaciones durante la guerra civil y otros de diversas procedencias y objetos de valor en febrero de 1939 llevando un grupo de carabineros españoles leales al presidente del gobierno republicano, Juan Negrín. El Vita llegó a Veracruz un mes después y por carambolas del destino todo ese valiosísimo cargamento pasó a manos de Indalecio Prieto con lo que el enfrentamiento entre los dos políticos españoles fue terrible”.
“El Vita llegó a Veracruz un mes después y por carambolas del destino todo ese valiosísimo cargamento pasó a manos de Indalecio Prieto”
Es un buen resumen. Gamboa, que era dueño de la empresa naviera Mid-Atlantic, se avino a colaborar con el gobierno de Negrín poniendo el barco a su nombre, no sin que antes el embajador republicano en Londres, Pablo de Azcárate estableciera un contrato de alquiler del barco desde el 9 febrero hasta el 10 de mayo, que cubriera el periodo del viaje, para que efectivamente la carga estuviera bajo control del todavía gobierno de la República. Gamboa intentaría a finales del mismo mes de febrero rescindir ese contrato en lo que se ha interpretado alternativamente como un intento por colaborar con la Comisión de Recuperación de Bienes Españoles en el Extranjero del gobierno de Burgos que ya estaba en París o de ayuda en las maniobras del PNV por hacerse con el cargamento. Sería una constante: cómo quedarse con el tesoro del Vita.
Finalmente el barco capitaneado por el capitán José Lucio Ordorica que había sido contratado por Marino Gamboa partió de El Havre como declararía años después en Lekeitio ante el fiscal Barrilero Turiel y llegaría primero a Veracruz, y después a Tampico, México en donde comenzarían otra serie de intrigas y tramas por el control del cargamento. Básicamente, las disputas entre el SERE, el Servicio de Emigración de Republicanos Españoles, que patrocinaba Juan Negrín y el JARE, la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, de Indalecio Prieto que había salido del gobierno republicano en 1938 y estaba totalmente enfrentado a Juan Negrín y el partido comunista. Se trataba sencillamente de controlar los fondos del exilio a costa del patrimonio artístico incautado en España, que al final lograría Prieto.
El cargamento con las monedas del MAN acabaría siendo rápidamente transformado en México: desengaste y venta de todas las joyas, algunas sin desmontar provenientes de las cajas de seguridad, fundición de metales preciosos, además del oro amonedado y los lotes con las monedas históricas del MAN que fueron adquiridos sin fundir por el Banco de México, si bien debieron serlo con posterioridad, según Gracia y Munilla, ya que “que ninguna pieza histórico-arqueológica ha sido identificada con posterioridad, y dicha transformación —obligada por las implicaciones políticas que se derivarían de su conservación—”. En definitiva el tesoro del Vita fue totalmente enajenado y su contrapartida monetaria gestionada por el JARE de Indalecio Prieto con las subsiguientes historias paralelas del exilio por la asignación de los fondos. Da para muchas historias, una reciente novela El secreto del Vita, por ejemplo, parte sobre la base de los acontecimientos para la ficción.
Queda el propio relato del viejo yate Argosy, botado en Kiel en 1931 y que reaparece ahora en Holanda; si acaso más interesante aún que el del destino en México del tesoro que albergó. Después del periplo de Veracruz y Tampico Gamboa traspasó la propiedad a Ordorica que a su vez lo puso en manos de Indalecio Prieto al reconocerse que se había adquirido con fondos de la República. Se renombró en Panamá como Abril, y Prieto lo vendió en Cuba al Marina de EEUU que a su vez le cambió el nombre por Cythera para convertirlo en patrullero, labor que llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1946 después de ser dado de baja por la marina estadounidense fue adquirido por un lobby judío en Nueva York que bajo el nombre de Ben Hecht lo empleó desde Marsella para llevar judíos a Palestina al igual que el famoso Exodus. Interceptado por el buque británico HMS Chieftain y remolcado al puerto de Haifa, tras la independencia de Israel en 1948 se convirtió en el cañonero de la armada israelí Ins Maoz, K-24. Siguió en servicio hasta 1956 cuando se vendió a la compañía italiana Navigazione Libera del Golfo, que lo destinó como ferry entre Nápoles y la isla de Capri bajo el nuevo nombre de Santa María del Mare, que lo retiraría posteriormente. En 2002 comenzó el proyecto de restauración de Lucio Dina para el Rossy One que fue abandonado y ahora, el Argossy con una ‘s’ más en su nombre, además de unos cuantos años, podría regresar a la acción.

